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Hélène Berr nació en 1921 como hija de Raymond Berr, vicepresidente de la sociedad Kuhlmann, una química dedicada a la aplicación industrial de sus productos, y de Antoinette Rodrigues-Ély. Los tres morirán en el campo de concentración, porque eran judíos. La madre fue asesinada apenas llegada a Auschwitz; el padre, en septiembre de 1944. Envenenado por el médico que le atiende en la enfermería de Auschwitz-Monowitz. Su muerte forma parte del sobrecogedor relato de David Rousset en Los días de nuestra muerte. La hija de ambos, Hélène, murió en abril de 1945, en Bergen-Belsen, después de haber participado en la llamada "marcha de la muerte" que la transfirió de Auschwitz al otro campo. No se sabe si fue debido a una paliza o al tifus. En cualquier caso, murió pocos días antes de la llegada de las tropas británicas.
El libro editado en 2008 es el diario que esta joven francesa mantuvo entre abril de 1942 y el 15 de febrero de 1944.
Hélène Berr empezó sus notas el 7 de abril de 1942. En ese momento tenía 21 años. Muy al principio, en su Diario no aparecen los horrores del antisemitismo y de la guerra; habla del paisaje parisino, de sus amores y amigos, así como de la vida en la Sorbona. Pero de pronto se hace consciente de su situación extrema de la ocupación alemana y sus leyes genocidas: habla de la estrella amarilla que los judíos deben llevar (ella lo llevará por valentía) y de las expulsiones de los parques y las persecuciones de familiares y amigos, hasta la detención de su padre. Oye rumores de las cámaras de gas y empieza a tener miedo por su futuro. Describe la vida semioculta, mientras sigue leyendo y visitando bibliotecas.
El diario (lleno de expresiones inglesas) se interrumpe en noviembre de 1942, durante nueve meses; lo retoma definitivamente en agosto de ese año 1943, para "escribir la realidad". Y lo cierra a los pocos meses, en febrero de 1944, con una cita de Shakespeare: Macbeth: Horror! Horror! Horror!“, ante lo que le cuentan de los campos de concentración. Un mes después fue detenida y deportada con sus padres, con los que vivía; estos dos fueron asesinados en una cámara de gas; sus dos hermanas, que se casaron, y su hermano habían huido de París, y escaparon a la persecución.
Berr ordenó sus notas y las hizo llegar a su novio Jean Morawiecki, que pasó a la Francia libre, luchó en la Resistencia y en el frente, y luego hizo carrera diplomática. Este entregó el diario a su sobrina, Mariette Job, que lo guardó hasta entregarlo en 2002 al importante Memorial de la Shoah. El libro apareció, al fin, en Francia, en enero de 2008, gracias al amparo de esta institución.
Son páginas que ella confió a su cocinera, Andrée, con la promesa de que ésta se las haría llegar luego a su novio, Jean Morawiecki. En sus diarios, Hélène aparece como una chica a la que le gusta y le divierte coquetear con los chicos, una buena estudiante de filosofía e inglés que, de pronto, se descubre inmersa en la "indefensión o desnudez ante los golpes a venir". Y, en efecto, nada la protege: ni su inteligencia, ni su cultura, ni su capacidad para intuir lo que se prepara. Sabe, antes de que la lleven a Drancy, campo de paso previo para los detenidos franceses que eran enviados a Alemania, que le espera el "horror, horror, horror". Lo sabe porque ha leído a Shakespeare, porque comprende como nadie el Joseph Conrad de El corazón de las tinieblas, pero también y, sobre todo, porque no deja de hablar con quienes van a Drancy, con quienes han viajado por la Alemania nazi y porque no puede dejar de interrogarse sobre el destino de los niños judíos, esos niños para quienes ella, clandestinamente, busca familias que los adopten y escondan.
El diario de Hélène es un documento de una lucidez prodigiosa: la de una culta e intuitiva estudiante de la Sorbona que sabe perfectamente lo que se le viene encima, y reflexiona con dolorosa serenidad sobre el tiempo por venir mientras intenta defenderse del horror y la desesperanza con las únicas armas a su alcance: la literatura, la música y la belleza de su ciudad natal, bochornosamente rendida a las tropas de Hitler. Espoleada por el primer amor, Hélène intenta mantenerse a flote intentando encontrar la paz en los libros, en los puentes del Sena o en la música de Bach, Beethoven y Schubert. Mientras su mundo ideal se desvanece, ella espera la llegada de la deportación con una tranquilidad sobrecogedora: la de quien, sabiendo cuál es su destino, está dispuesta a luchar por el presente.
El diario ha permanecido oculto durante muchos años porque Hélène habla con gran libertad de tono de amigos y familiares. Además, durante los primeros años una vez acabada la guerra, ese tipo de testimonios no encontraba ningún eco.
La publicación de este diario no es ajena al gran éxito obtenido por Suite francesa, de Irène Némirovsky, novela póstuma de una autora célebre en su época y que cuenta el pánico de los civiles ante la invasión alemana. Pero el libro de Némirovsky es una ficción, inventa a partir de lo que ve, es un ejercicio de una profesional de la pluma. El diario de Hélène Berr comparte desesperación, época y mundo con el de la ruso-francesa, pero la emoción que transmite es directa, ajena a toda elaboración a partir de convenciones literarias tal y como lo prueba su evocación del primer día en que debe llevar cosida la estrella amarilla: "Son dos aspectos de la vida actual: la naturalidad, la belleza, la juventud de la vida, encarnada en esa mañana transparente; la barbarie y el mal, representadas por esa estrella amarilla".
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