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El abuelo (1897) se centra en el Conde de Laín, de la nobleza asturiana (finales del siglo XIX), y sus dos nietas, una de las cuales es ilegítima, sintiendo los tres un grande y noble cariño, compartido. Al Conde le interesa saber cuál de las dos es su verdadera nieta, heredera de su título y casa, si bien él se encuentra en la pobreza, sin dotes de autoridad y avanzada ancianidad. La nuera quiere que él ame a sus dos nietas por igual, por lo cual no le quiere decir quien es su heredera, habiendo entre los dos una fuerte enemistad y discusiones consecuentes y... Novela escrita en forma de teatro, en cinco actos y con varias escenas en cada acto.
En El Abuelo Benito Pérez Galdós, que se muestra a través de sus personajes, ha optado por el «procedimiento dialogal», por la novela hablada, ya que como él mismo indica en el prólogo describe mejor los caracteres y retrata ventajosamente «(…) a los seres vivos, cuando manifiestan su contextura moral con su propia palabra (…)». Galdós utiliza la técnica literaria da la novela dialogada porque considera que la voz del narrador, por sí sola, no es tan eficaz como las voces dialogadas que ofrecen los actores, puesto que se expresan abiertamente, sin ambages ni rodeos.
A pesar de la apariencia de una obra teatral, de un drama, (en lo que, de hecho, acabó convirtiendose) Galdós no dudó en denominarla novela; apartándose como argumenta de encasillamientos de géneros y de estilos.
Teniendo en cuenta que los acontecimientos se desarrollan en cinco días, la novela se estructura en cinco jornadas. En la primera se presentan los personajes principales, Venancio y Gregoria, Nelly y Dolly, el Conde de Albrit y Lucrecia Richmond, además de otros no menos importantes por ser secundarios que departen con ellos. La segunda jornada está dedicada a Lucrecia, Condesa de Laín, con ella concurre el nudo gordiano de la obra, el clímax de la trama tiene lugar durante la tercera, mientras que en la cuarta concluye el núcleo de la acción. El desenlace del drama familiar y la conclusión a la que llega el protagonista indiscutible de la obra y el mismo autor se da en la quinta y última jornada.
Para abordar y sustanciar las cuestiones que le preocupan, Galdós se vale de diferentes recursos. Por ejemplo, de la creación de estereotipos propios de la condición humana, como son los casos emblemáticos de Gregoria y Venancio, antes criados y ahora dueños de la casa de la Pardina y de la huerta del Conde de Albrit, o el caso del disimulado y ambicioso Senén, el que fuera gañán de la casa de Laín y después empleado público, ocupando la plaza de funcionario de Hacienda pese a su corta inteligencia. Desde el principio, el narrador se muestra muy interesado en probar que todos le debían algo al Conde, el cura, el maestro, el médico, el alcalde… y que la mayoría de ellos le devuelven los favores obtenidos con ingratitud, salvo don Pío Coronado, el maestro, esencialmente un hombre bueno, amigo leal del Conde. Galdós no sólo escenifica perfectamente los caracteres de sus personajes, sino que para definirlos mejor los enfrenta a sus contrarios para distinguir el bien del mal, lo ético, de lo social y moralmente censurable. Igualmente, el dramaturgo profundiza en el análisis de la conducta y de las relaciones humanas a través de las formas, de las maneras y de los modos que los personajes tienen de hablar y de comportarse. El lenguaje es fundamental para dibujar a cada personaje según su procedencia social o bien su carácter. La mayoría de ellos han subido de posición social, pero siguen comportándose toscamente, sin educación. El aumento del patrimonio contrasta con el empobrecimiento personal. Galdós les sigue considerando sórdidos, astutos y ordinarios, espiritualmente degradados e interesados, sólo les mueve el dinero. El bienestar económico recientemente adquirido no les ha hecho superarse, en su afán de aparentar lo que no es, Senén imposta sus expresiones.
En función de la situación social y del temperamento, desarrolla un lenguaje específico para cada uno de ellos, que por supuesto contribuye a describirlos. La manera de expresarse, tanto en público como en privado, junto con su proceder conforma la vida social, los sentimientos y las pasiones de la Villa rural de Jerusa. Para Galdós la importancia de la novela hablada radica en que retrata más y mejor a sus habitantes.
El novelista refleja la sociedad de fin de siglo mediante tópicos literarios clásicos, es decir el lugar donde se desarrolla la obra, la cuestión social y el tratamiento de la precariedad o la indefensión aplicadas en la persona del Conde de Albrit.
En un período histórico, cronológicamente impreciso, y en un ambiente netamente rural, «La acción se supone en la villa de Jerusa y sus alrededores; las principales escenas en la Pardina, granja que perteneció á los Estados de Laín. Careciendo esta obra de colorido local, no tienen determinación geográfica el país ni el mar que lo baña. Todos los nombres de pueblos y lugares son imaginarios. Época contemporánea».
A través de una realidad rural retrasada, depauperada, inculta y apartada del progreso relacionado con las grandes ciudades, se examina el desmoronamiento de la sociedad que había conocido el ya anciano Conde de Albrit. El paraje agreste y hostil representa a la vieja sociedad estamental a la que el Conde recuerda con nostalgia, no puede comprender, al menos espiritualmente, la evolución social, las clases intermedias en que se han convertido los que antaño fueron sus criados, analfabetos y sin instrucción alguna. El aire fresco o el renovado paisaje humano lo traen las nuevas profesiones liberales, articuladas al compás de la progresiva instauración de la sociedad clasista. Por el contrario, su nuera Lucrecia Richmond, una mujer de mundo que llega de la gran ciudad, lo que no entiende es la actitud de su suegro, protector de los valores sociales de otra época.
Benito Pérez Galdós ha sabido mostrar, sin ningún género de duda, la sociedad y la política de su tiempo, poniendo de manifiesto las convulsiones sociales de principios del siglo XX. Al parecer nadie está en su sitio, en el lugar que le corresponde, pues ‘los de abajo están arriba y los de arriba abajo’ y en medio de esta conmoción social el protagonista de la novela, don Rodrigo de Arista-Potestad Conde de Albrit, Marqués de los Baztanes, Señor de Jerusa y de Polan, Grande de España, vuelve de América viejo y arruinado, en posesión del único bien que le queda, el honor familiar, preocupado por la pureza de sangre y de su buen nombre desea saber a toda costa cuál de las dos hijas de su nuera es su nieta legítima, puesto que su hijo ha fallecido y quiere legar el título nobiliario a su verdadera descendiente.
La irrupción de una nueva clase social, la clase media, junto con la forma de poner en práctica sus ideas, favorece una profunda transformación de la sociedad que afectará al comportamiento de los personajes que, por otro lado, el autor describe detenidamente mediante patrones de conducta. La consecuencia más inmediata de todo este proceso de cambio será la desconfianza en los valores tradicionales sostén de unos pocos privilegiados.
Un nutrido número de nuevos propietarios conforman la ya consolidada sociedad clasista, aunque la gran mayoría de ellos hayan logrado subir de posición social con más astucia que méritos propios; procurando, a la vez, mejorar en el lenguaje y en el vestir sin conseguir ese punto de elegancia de las casas de buena familia; tratan de comprar finura y refinamiento con su dinero, pero carentes de toda prestancia sus ademanes rezuman cursilería.
A pesar de la consolidación de la burguesía de los negocios e industrial, la narración se desarrolla en la España profunda y rural, a partir de la cual el autor, no sólo analiza los problemas de la sociedad española, sino también el drama familiar del Conde de Albrit, que casi ciego y empobrecido vive de la caridad de su nuera Lucrecia a quien le une una profunda enemistad y acusa de infidelidad. La sombra del adulterio planea en toda la obra, desde el momento que el Conde, tras la pérdida de su único hijo, descubre que una de sus nietas es ilegítima. En ese mismo instante inicia un arduo camino en la búsqueda de la verdad. Mediante un discurso ideológico decadente se reafirma en su identidad, en su propio relato biográfico, para criticar la conducta inmoral de la esposa de su hijo. Imbuido de un pensamiento tradicionalista, fundamentado en el discurso ideológico del nacional catolicismo, no le deja el menor resquicio de defensa. El mal ya está hecho y la mancha pende sobre la familia.
Georg Lukács sostuvo que el gran tema histórico del siglo XIX era el declive de la "sociedad gentil", el desplazamiento a veces gradual y a veces abrupto de la aristocracia europea y su base económica, la agricultura feudal, por parte de los nuevos maestros de la ciencia urbana y el capital derivado del doble impacto de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial : Rusia, Italia, la España de Pardo Bazán, Pereda, Galdós.
Gerald Brenan nos recuerda que "bajo todo el descontento y la agitación revolucionaria de los últimos cien años (en España) se encuentra la cuestión agraria ". La puesta en escena temática de una novela como Doña Perfecta es esencialmente una esquematización de los contextos del problema: Madrid contra el campo; "ciencia" y liberalismo económico contra la tradición, dogma católico, lo que Marx llamaría "socialismo feudal"; empresario burgués contra la élite paterna; individuo contra comunidad. El tren que lleva a Pepe Rey a Orbajosa señala la nueva sociedad del capitalismo urbano; el viaje a lomos de una mula desde la estación hasta la ciudad, "Un viaje por el corazón de España", el mundo intemporal del feudalismo castellano y sus ilusiones y protagonistas.
Galdós y sus contemporáneos heredan de Jovellanos y de la Ilustración española el problema de conciliar las reivindicaciones rivales de estas "dos Españas" que se encuentran en el punto de unión de la estación de ferrocarril de Doña Perfecta. En su primera producción, escrita sobre el trasfondo de la insurrección carlista y la desilusión política de la Restauración, Galdós no puede encontrar el punto de síntesis. De ahí el trágico desenlace de Doña Perfecta, la insinuación de que los términos de la lucha son irreconciliables. Es una novela sobre el fracaso de la mediación, la incapacidad (de ambas partes) de pasar de la ideología a la comprensión. Lo "viejo" consume lo "nuevo" pero sólo a expensas de destruirse a sí mismo en el proceso. Las intrincadas exploraciones urbanas de las novelas madrileñas no suponen en ningún caso un abandono de la preocupación esbozada en Doña Perfecta. Son estudios en el desarrollo histórico del otro término de la lucha, la sociedad que en su red de transacciones, carreras, adulterios, modas, intrigas, está elaborando su propia victoria hueca sobre los Orbajosas de España.
Al otro lado de las novelas madrileñas, El abuelo revive en cierto sentido el mundo de Orbajosa pero en un "negativo" dialéctico. Lo que fue reprimido en Doña Perfecta ha llegado ahora, el tiempo de la historia desplazando al tiempo de la tragedia. La "media docena de grandes capitales" que Pepe Rey sugirió como solución a la decadencia de Orbajosa se han quedado con los recursos de la tierra. El centro del poder se ha desplazado desde el estudio de Perfecta, donde sacerdote y terrateniente se reunían para mantener la textura de la tradición y la comunidad, a las casas y negocios de lo que el Conde de El abuelo llama "los señoritos nacidos de mis cocineras o engendrados por mis mozos de cuadra". Pepe Rey tipificó el idealismo y la arrogancia de una clase que lucha por llegar al poder; el aristócrata envejecido y solitario de El abuelo las mismas cualidades de una clase que se enfrenta a su eclipse histórico. El viaje de Pepe a Orbajosa representa una especie de epopeya de la colonización burguesa; es el misionero del "progreso", de la "ciencia", de la ciudad. El regreso del Conde a su herencia es, a la inversa, un intento de recuperar una tradición y una legitimidad feudal.
Galdós centra la acción de su obra en la arquitectura en decadencia de la finca, La Pardina. Pero se vislumbra fuera del escenario a lo largo de los cuatro primeros actos (por ejemplo, en la fiesta de Lucrecia al final del primer acto) y entra directamente en el último la comunidad, Jerusa, de los nuevos maestros: el Alcalde, Senén, el médico, la "cosmopolita" Lucrecia, hija de un empresario irlandés-americano. La identificación del Conde con el ser físico de su tierra da lugar a un "llanto amarguísimo de las cosas". El título hereditario ha sido usurpado por la "burguesa" Lucrecia; la casa ancestral pertenece a los ahora apenas agradecidos sirvientes, Venancio y Gregoria. El Conde se aferra a las costumbres del terrateniente paterno, pero sólo se le tolera de mala gana como huésped en lo que una vez fue su casa. Los "nuevos hombres" de Jerusa están ansiosos por verle alejado de interferir en sus planes en un monasterio. Ridiculiza sus pretensiones, pero los jerusanos responden dando el apellido, Arista-Potestad a su calle principal y el del propio Conde a su fuente municipal. Estos monumentos no se parecen en nada al "respeto" con que una nueva clase dominante usurpa la cultura y la autoridad de sus antiguos amos después de haberlos derrotado decisivamente.
El nombre de la familia en sí mismo está destinado a definir una ironía que va en dos direcciones: contra la arrogancia "desdentada" del aristócrata y contra la cultura montada apresuradamente de los jerusanos que él ataca. Más allá de la pérdida del patrimonio, la usurpación de "Arista-Potestad" se extiende a la sospecha del Conde de que la legitimidad de su línea familiar ha sido corrompida por el bastardo. Sabe por la última carta de su hijo que una de las dos nietas, Nell y Dolly, que se alojan con él en la finca, es ilegítima, producto del adulterio de Lucrecia con un pintor de origen campesino. Pero él no sabe cuál. Su último reto a la "civilización improvisada y postiza", de la burguesía jerusana es descubrir a la hija legítima y transmitirle su título. Esta búsqueda constituye la principal línea de acción en El abuelo.
El interés del Conde en el asunto es "estratégico"; propone descubrir a la nieta legítima comparando con Don Pío sus comportamientos durante la lección. Galdós hace que el público participe en la búsqueda.
La razón nominal del deseo del Conde de hablar con el tutor es, por supuesto, para saber cuál de las chicas le parece mejor en las lecciones. Pero la "lección de historia" se convierte de repente no sólo en el medio sino también en la carga de su investigación sobre la verdad de su propio significado y herencia. Debe averiguar cuál de las hijas de su hijo es la "verdadera" Arista-Potestad que llevará el nombre de la antigua familia al futuro, más allá de su propia ruina y muerte inminente.
Galdós sitúa la lección de historia y las discusiones que surgen de ella en el contexto más amplio del tema del "ver" en El abuelo. El Conde quiere ser capaz de "ver" a través de la lección su propia integridad. El desarrollo de su búsqueda en los personajes de Dolly y Nell está contrarrestado por el progreso de su ceguera que se simboliza en el escenario nocturno del acto final. Habla de ser capaz de ver sólo "cosas grandes". Galdós da a entender que es este fallo físico de la visión lo que le impide reconocer por la apariencia a la nieta legítima.
La ceguera del Conde indica su tradicionalismo reaccionario, los valores que plantea frente al "bastardo" presente. Pero también funciona en un sentido inverso en la dirección de su búsqueda. Cada vez más se apoya en una visión interior de sí mismo que le convence de que Dolly es su verdadera descendiente. La capacidad de ver sólo cosas grandes se convierte aquí en la posibilidad de descubrir una especie de "afinidad electiva" que trasciende las limitaciones de su derrota.
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