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En 1983, Gabriel García Márquez se refería a La Plaza del Diamante (1962), en un artículo publicado en El País, como "la más bella [novela] que se ha publicado en España desde la Guerra Civil." Mercè Rodoreda, nacida en Barcelona en 1908, ya había publicado entonces doce novelas y cinco compilaciones de cuentos. Aún así, aunque con cada uno de éstos había logrado establecerse como una de las escritoras catalanas más importantes de todos los tiempos, fue a partir del éxito de esta novela cuando Rodoreda encontró una plaza en la memoria canónica de la literatura catalana del siglo xx, gracias a la manera en que el exilio, la familia y la memoria construyen un perfil femenino que será recordado siempre.
Casada a los veinte años con un tío por parte de madre diecisiete años mayor, Rodoreda identificó desde muy joven la esclavizante situación femenina que implicaba vivir del sustento de un marido. Decidió abrirse camino en el difícil (más para la mujer) mundo de la escritura a través del periodismo político, colaborando con la revista catalanista Clarisme en los años 1933 y 1934. También durante la década de 1930 inició su labor literaria publicando cuatro novelas que, no obstante, años más tarde propondría olvidar completamente por no sentirse satisfecha con ellas. Trabajó la literatura infantil y juvenil y el cuento para adultos y culminó su primera etapa literaria con la novela Aloma (1938), que reescribió casi en su totalidad en 1969. La llegada de la guerra lo cambió todo: el exilio hizo que Mercè Rodoreda guardara un silencio de más de veinte años, hasta el momento, precisamente, en que regresó a la actualidad literaria con la reedición de Aloma.
Después de la obtención del Premio Víctor Català (1957), con Vint-i-dos contes, una recopilación de todos los cuentos publicados en revistas del exilio, Rodoreda interrumpió su silencio. En 1960 La Plaça del Diamant no tuviera éxito en el Premio Sant Jordi, logró su publicación, en 1962, gracias a la recomendación de Joan Fuster; dicha publicación le otorgó, finalmente, la estabilidad literaria necesaria. En 1966 se le concedió el Premio Sant Jordi por otra de sus más importantes novelas, El carrer de les Camèlies, que obtuvo además el Premio Crítica (1967) y el Ramon Llull (1969). Su actividad literaria, sin embargo, sólo estaba comenzando: después aparecieron La meva Cristina i altres contes (1967), Jardí vora el mar (1967) y la segunda versión o reedición de Aloma (1969), entre otros.
La plaza del Diamante es un libro sobre la Guerra Civil y la Posguerra, pero, a diferencia de otros que también tocan ese tema, acierta al hacerlo sin apenas mencionarlas, sin necesidad de entrar en ellas. Por la voz marginal y a la vez sugerente de la narradora, nos enteramos de lo que pasa sin que a Rodoreda le haga falta describir escenas ni perder el tiempo con detalles. Lo que importa no es lo que se libra a lo lejos, sino la manera en que impacta sobre Colometa, la forma estoica en que lo percibe y el mundo de imágenes poéticas que produce en ella todo ese fragor.
Desde la llegada de la República, la Guerra Civil y la posguerra como telón de fondo, la novela narra la historia de Natalia, "Colometa", una joven que, como tantas otras de su época, debe vivir un período especialmente cruel de la historia, y aceptar sin quejarse todo aquello que la vida y su marido le imponen. Poco a poco, Natalia irá viendo morir a sus seres queridos, pasará hambre, y se enfrentará a todo tipo de dificultades para tratar de sacar adelante a sus hijos, y eso producirá en ella un cambio de carácter, y una posterior recuperación de su identidad perdida.
Valiéndose de la técnica del monólogo interior, Mercè Rodoreda consigue transmitir al lector los sentimientos más profundos de la protagonista, a través de un estilo simple, y una mirada inocente y sincera. A lo largo del texto (plagado de símbolos y metáforas visuales) el lector consigue descubrir la resignación, el crecimiento y la lucha de una mujer frente a la realidad trágica que le ha tocado vivir, así como ser testigo de los convencionalismos de una época que dejaba a la mujer apartada y en un segundo plano.La Plaza del Diamante es un relato febril y ágil. Arrollador por momentos. Con personajes irregulares y agujeros argumentales. Pero todo se le perdona, a la Colometa. Todo se le debe perdonar porque lo que nos da, a cambio, es un relato verosímil y vibrante. Natalia es una voz más anónima y dormida, pero seguramente más real que todas las que suelen contarnos aquella época.
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